Texto: DAVID MELÉNDEZ
Fotografía: DIEGO RODRÍGUEZ
Misión cumplida.
La segunda edición del Roxy Fest fue un éxito rotundo. Los más de 20 mil asistentes recibieron con gusto ese formato de dos escenarios principales centrados y un montón de cosas por hacer a su alrededor: food trucks, áreas verdes, zona VIP y un sinfín de productos, marcas y sorpresas para sorprender a propios y extraños. Claro, se pulieron ciertos aspectos pero se complicaron otros tantos; vaya, si bien es cierto que un festival de música es un estira y afloja de aciertos y errores, no deja de llamar la atención que en materia de sanitarios se deje como «volando» aquellos que tocan para la entrada general y en cambio se mantenga un punto de esmero en la Zona VIP, a pesar de ser minoría. Pero lo anterior, siempre ha sido un tendón de Aquiles en Guadalajara desde tiempos inmemoriables. Parece que de toda la logística para darle vida a un festival en la Perla Tapatía, lo que siempre se deja al último por antonomasia es, ejem, los sanitarios.
Por otro lado, la puntualidad fue algo destacado. Casi podría aseverarse que es el punto a favor de un Roxy Fest que respeta lo que se tiene pactado en materia de tiempo. Además, el pago cashless jamás falló y fue ágil sin mayores trabas. Mas si tomamos en cuenta la temperatura de las cervezas a la hora de ser servidas, otra tache se esgrime sobre la hoja de calificaciones. En festivales como el Pa’l Norte, las «chelas» tienen siempre la temperatura ideal, ya sea en el infernal calor del medio día o en la templada madrugada. Y, bueno, invitar propuestas culinarias tapatías para darle una vuelta de tuerca al tema de los alimentos es algo loable; mas si se pagan $180 pesos por una humilde tostada de, digamos, atún o dos tacos sin mayor faramalla, más de algún asistente se pone a pensar si ese esnobismo culinario en el que se ha caído hasta niveles preocupantes en Guadalajara, no se fomenta hasta el paroxismo al elevar tanto los precios de una sencilla porción de comida. ¿$180 pesos por un lonche de pancita? ¿Es en súper serio? Al paso que vamos, para la tercera edición del Roxy Fest, el susodicho lonche de pancita saldrá en módicos $200 pesos.
La jornada sonora dio inicio con dos proyectos tapatíos: Icari y Technicolor Fabrics. Ambos fueron escuchados y coreados. Aunque Icari apenas va despuntando, el público que se congregó le puso atención a su propuesta folk pop que en ocasiones salta al rock y que se nutre de visuales, performance y letras en inglés y español. Y Technicolor Fabrics entregaron un vistoso directo de pop con destellos electrónicos y anunciaron que muy pronto presentarán nuevo disco. Pero con Icari sucedió el nefasto corte del sonido por excederse en el tiempo que se le asignó a su presentación, cosa que también padeció Peter Murphy y David J que, tras finiquitar «In the flat field», soltaron los primeros acordes del cover de la canción que le hacen a David Bowie, «Ziggy Stardust», y fue cortado el sonido. Aquí no hay que ponerse exquisitos, ya que de antemano se tiene pactado un cierto tiempo y debe de respetarse, sin importar si es The Cure o el debut de una banda desconocida.
Cuando tocó el turno de la banda española La Unión, una carretada de nostalgia se esparció por todo el ambiente. Su actual forma de atacar sus clásicos, es sencilla: ritmos programados, un poco de electrónica de baja frecuencia y mantener la emoción básica de cada canción. «Hombre lobo en París», «Sildavia» y «Vivir al este del Edén», fueron cantadas con ahínco y más de alguno regresó a los mozos años ochenta. La primera fiesta como tal, la pusieron los uruguayos del Cuarteto De Nos y Jonáz, que con su «arrolladora banda bitches» ya es un referente de baile en Guadalajara. El balance entre estas dos propuestas festivas, lo puso la síncopa de Antonio Sánchez, que hizo viajara tímpanos y mentes con sus vericuetos rítmicos tan estilizados. Antes de pasar a otra cosa, sobre el pequeño tercer escenario del Roxy Fest se presentó el trío de féminas regias The Warning. Su directo fue preciso y voraz. Son, sin lugar a dudas, una banda a la que hay que echarle todo el oído. A pesar de ser adolescentes, estas chicas facturan un rock avasallador y exacto como reloj suizo. Sorprende además, que a pesar de su juventud, poseen un estilo característico que tiene raíces propias y se mantiene sin mayores artificios. Ojala en Guadalajara los jóvenes que se animan a formar una banda, tuvieran esa sapiencia sonora para no caer en el lugar común y no estancarse en el reggae, el dub o el hip hop mezclado con rock.

Fue todo un lujo ver a Peter Murphy y David J encarar los 40 años de Bauhaus con un set de exquisito a envolvente: por ahí estuvieron la lacerante «Boys», una versión recortada de la hipnótica «Bela Lugosi is dead», una «A god in an alcove» interpretada más tosca y visceral, una versión guarra de «Silent hedges», una no tan excelente interpretación de «She’s in parties» con Peter cometiendo pifias en su turno a la melódica y una melancólica «Passion of lovers». Lo malo fueron los Millennials y su constante «plática» en lugar de prestar atención a las propuestas musicales que les hace falta en verdad en su contexto sonoro. Y, claro, burlarse de Murphy aduciendo que sus pasos de baile eran «bien curas» para una persona de su edad. Ante lo nefasto… ¿Qué hacer?
Erasure, por su parte, dieron el toque colorido, la fiesta veleidosa y asexuada. Entre pasos de baile por demás sugerentes y afeminados, su vocalista Andy Bell impactó con su vaporosa vestimenta y su energía desbordada. En contraste, Vince Clarke comando detrás de sus teclados y computadora todos los ritmos y programaciones, vestido en impoluto traje gris. De sobra está decir que soltaron «Ship of fools», «Blue Savannah» y la bombástica «A little respect», entre otros temas icónicos, para echarse a miles de tapatíos a la bolsa. Sin temor ni pesar, tanto Sublime With Rome como Incubus fueron un ni-fú-ni-fa incongruente para descubrir falsos melómanos encubiertos. Se entiende que los aún jóvenes que los escucharon en los años noventas sientan euforia por verlos en vivo en la actualidad pero, valga la redundancia y la desgracia, en su formación «actual» dan inmensa pena. Tras la muerte de Bradley Nowell como cerebro y vocalista maestro de Sublime, los miembros restantes debieron de retirarse por dignidad, porque más allá de temas como «What I got» y ese one hit wonder para pachamamosos que buscan las vibras cósmicas, «Santeria», no existe para dónde aplaudirle a esta susodicha agrupación. E Incubus siempre fue y será un grupo de altibajos tan notorios como lacerantes. Su disco más nuevo, «8«, exuda una épica actuada y por demás impostada. ¿Que si ambos cumplieron? Sí, pero sólo en materia de recuerdos que se tientan y sienten endebles.
Y, bueno, la recta final fue tobogán de emociones y decapitaciones de tranquilidad. Richard Ashcroft vino a entregarse de lleno al Roxy Fest y salió muy bravo enfundado en su sudadera con cierre de la Selección Mexicana de Futbol. El ex vocalista de The Verve (por cierto e increíble pero cierto: cientos de personas no tenían la mínima idea de que Richard era el ex vocalista de The Verve) fue contundente como siempre. Sus directos son lumbre e histrionismo de rock star. Y como buen Mesías, cerró con tres cortes de The Verve (más «Hold on» al arranque) donde incluyó «Bitter sweet symphony» que puso a llorar a muchos y a poner en marcha la maquinaria de los recuerdos. Entonces sucedió la sorpresa que quedó en buena intención: Ugo Rodríguez (vocalista de Azul Violeta) interpretó vía karaoke un diminuto homenaje al gran José José, que recién fue intervenido en Miami donde se le practicó una gastroscopía y dicho homenaje se le haría llegar en video. Pero, ¿Ugo Rodríguez interpretando «El triste» y con una pista grabada?
Franz Ferdinand fue contundente en sus trece canciones, tanto nuevas como añejas. Alex Kapranos y compañía supieron enrolar bombas de estreno («Always ascending») con dardos perfectos de historia sonora («This fire», «Te dark of the matinée» o «Michael») y LCD Soundsystem dividió opiniones, ya que para muchos el sonido no fue el que se esperaba y otros ya estaban triturados de cansancio para después de la una de la mañana cuando James Murphy salió a escena. Pero de que el cierre fue espectacular, de eso no hay duda, a pesar de cualquier falla de sonido. Canciones como «Daft punk is playing at my house» y «Dance yrself clean» todo lo pueden y prenden hasta al zombie más ido.
Un año más de Roxy Fest y esperemos que en su tercera edición se consolide y expanda sin problemas.


































































































