Texto: DAVID LOZANO
Fotografía: DIEGO RODRÍGUEZ
Sábado 13 de enero.
El 2018 comienza a transcurrir de manera sombría y nos arrastra por las oscuras banquetas de Epigmenio González casi en su cruce con la Calzada Independencia. Ahí donde la vida corre paralela, como una realidad alterna entre el Nuevo Galeón y los dealers, sucede la decadencia perfecta para el show de esa noche en el Anexo Independencia. Las sombras al fin se apoderaron de todo, seduciéndonos con las melodías oscuras de Gant, banda local con tintes de post-punk y darkwave, quienes con su exquisita calidad sonora abrieron una noche de pulcritud y decadencia.
Llegaron a calentarnos de manera literal las putas, y no precisamente me refiero las de los antros de la central vieja, sino a la banda de punk-basura que subieron a succionar mentes y «cagarse» sobre los presentes. «León Larregui se cogió a mi novia» puso a mover la cabezas de los asistentes, los perdedores y decepcionados de la vida que iban con la fija idea de reventarse la cabeza con alcohol (y alguna otra sustancia) y a los cuales no les importó que las muchachonas de la vida galante les hicieran pedazos la moral con las mil y un ofensas que el vocalista-Charlie soltaba a diestra y siniestra. Su sonido crudo y punketo, old school, usando samples de lamento y gritos, letras con alto contenido sexual y misógino, dejando de lado los prejuicios para estallar su música entre maliciosa y violenta, fueron encaminándonos a la salida de la tediosa pubertad en la que Gant había dejado al público, para meternos poco a poco al infierno, al inframundo de los Muerthos.
En procesión infernal, luciendo una sotana de gala, apareció el sacerdote de la decadencia, el llamado «Padre Santo» de los condenados a la miseria del alma. Camino al escenario fue complaciendo a sus fieles adeptos con fotografías, sacando la lengua y exhibiendo su cuerpo decrépito.
A su llegada al escenario, se dio el lujo de seguir posando. Lo anterior, era una pasarela decadente y miserable, de un viejo al que le faltan un par de dientes y aclamado por los desalmados que esperaban impacientes que el tecladito Yamaha y su sonido midi los pusiera a bailar. Sonó «Malandro», «Viejo decrépito», «Satánica» y entre canción y canción el Muertho hacía bromas con la gente justificando la tardanza para programar las secuencias de su teclado, culpando a músico imaginarios.
También contó con la participación de un baterista en un par de temas, el cual parecía estar más muerto que él.
«Ponte la canción de Moderratto DJ, si la tienes» acto seguido, el de TJ nos regaló un baile con movimientos bruscos y degenerados que terminó en un extraño desnudo de simulación andrógina y la euforia de los presentes. De regreso en su silla se puso su velo negro y con el rostro cubierto pronuncio el profano discurso:
«Yo no prometí volver así, religiones estúpidas.
Yo no prometí volver así sacerdotes pendejos.
Yo regresé en una forma multiplicada, transformada, dimensionada, rocanrolizada.
Yo regresé primeramente a Tijuana, luego a Guadalajara.
Yo soy: Jesús de Nazareth, y he regresado«.
Un tipo que por tener hambre comenzó a crear música honesta y sucia, Baltazar Hernandez, una década después murió (de hambre) para darle vida al Muertho TJ, y se ha convertido en uno de los referentes de la escena underground en México, consagrado ya como un personaje de culto dentro del imaginario colectivo.
«Con está canción me voy a quedar hasta que caiga el primer tomatazo y me vaya al averno» así se despedía el Muertho haciendo sonar «Lobo feroz».
Aquí el resto de la galería fotográfica: