Texto: DAVID MELÉNDEZ
Fotografía refulgente y admirable: DIEGO RODRÍGUEZ
En las postrimerías de la expectativa, todo puede ser posible, desde la desgracia más avasalladora hasta la esperanza más exuberante.
El Festival Adverso nació sorpresivo con expectativas por doquier. Y se cumplieron de forma cabal en el perímetro de Terraza Vallarta porque lo suyo fue armar un cartel fuera de la zona de confort de modas y ganancias jugosas, con propuestas disque sonoras probadas y seguras de atraer masas como moscas a la carne podrida. Se demostró, en el arriesgue, que en Guadalajara existe un público fiel a la música contemporánea, netamente agibílibus, uno donde no importa el Grammy, el volátil reggaeton, el engañoso y aberrante autotune, los ritmos tomados y repetitivos para vivir noches lascivas, ni aquel público que sólo asiste a pavonear modas insufribles y platicar como si estuvieran en picnic dominical familiar.
Más de cuatro mil asistentes pudieron disfrutar y conocer in situ varias propuestas sonoras ajenas al espectro usual de la música en materia de conciertos que llega a Guadalajara. También, se pudo observar los rostros repletos de emoción, el brillo totalitario de vida en cada mirada y la intención de prestar atención a los sonidos que no se conocen y que, en el acto, se vuelven alegría pura gracias a la santa esencia de descubrir cierta música que embriaga y embruja nuestras entrañas. Y el complemento perfecto fue la puntualidad en el manejo de los horarios de cada banda.
En punto de las 16:00 horas arrancó la limerencia y el encanto, con dos propuestas locales de talante instrumental. Primero, el trío Birdhaus, después Mortemart. Ambos con esencias krautrock, retazos de sicodelia y hasta desequilibrios emocionales entre bosques de estridencia. Enseguida, partió plaza The Polar Dream, otro proyecto tapatío que a lo largo de diez años ha crecido en melancolía y sonido, y que con base en abstracciones musicales, sigue contando historias sonoras sin palabras pero haciéndonos imaginar que existe entre su música una sombría lírica espectral.
A las 17:30 horas, Descartes A Kant salió a hacer lo que siempre ha sido un sello suyo muy particular: el performance articulado entre espasmos musicales donde entran y salen ritmos adversos, pero que generan una amalgama hipnotizante, a pesar de los extremos. Sandrushka Petrova y compañía ofrecieron en su primer concierto del 2020, una lección serindipia de noise y avant-garde.
Con las mejillas ya en tonalidad de arrebol —por el sol y las emociones insurrectas—, llegó Leto V Gorode, el proyecto en solitario de Vladislav Parshin, líder de Motorama. Vaya, en solitario porque si bien nació al lado de Irene Parshina, ahora se ha vuelto su isla solitaria desde donde exuda melancolía pero cobijada con new wave de sutil horizonte. Aunque se le notó nervioso a Parshin durante las dos primeras canciones, poco a poco el público quedó envuelto en una suave marea aterciopelada de electrónica silvante y él se engrandeció. Tiene canciones inmensas, era de esperarse. Así que muchos, anotaron su nombre para agregar sus canciones a su playlist cotidiana.
De aquí en adelante, muchos asistentes se maravillaron y descubrieron nuevos sonidos. Las estadounidenses Blackwater Holylight ofrecieron un rock afable en ralentí, donde por momentos poseen toda la escuela de bandas como Throwing Muses, pero enmarcadas en la quietud de otras como Lush. Mas sus canciones tenían un pared de sonido construido a base de la distorsión de guitarras que avasalló cientos de tímpanos e hizo cimbrar la piel. Enseguida, Helado Negro hizo lo propio con una especie de saudade sonora que chapotea entre el folk y contiene celaje latino, desde donde Roberto Carlos Lange pone al escucha sobre una hamaca y lo bombardea con pasajes de cuerdas, aires tropicales y prístinas cadencias. Al interpretar «Running» hizo que todos cantaran el coro y transmitió esa sensación altiva de felicidad propia de la canción; al final, Lange nos sintió a todos en su mente.
Sin lugar a dudas, el dueto neoyorquino Light Asylum se llevó la noche, gracias a su ímpetu infernal para depauperar hasta deportistas de alto rendimiento. Sobre el escenario, son vendaval y remolino, gracias a su sonido nacido del industrial más recalcitrante, donde también hierve sangre post-punk y fuego darkwave. Sobre todo fue Shannon Funchess, su vocalista, la que berreó y se desgañitó e hizo que todos se contagiaran de sus contoneos extremos y su catarsis en voz, secundada por su fiel compañero Bruno Coviello.
La recta final fue una locura con Motorama tomando el escenario a las 21:22 horas. Esta banda rusa no necesita mayores presentaciones, ya que en Guadalajara es ampliamente conocida gracias a sus múltiples visitas al C3 Stage. De hecho, no existe lugar en todo México donde escuchen más a Motorama, así que la gloria estaba asegurada, máxime con el regreso al bajo de Ira Parshina, lo cual hizo que el sonido de la banda se compactara y se tornara extremadamente delicado. Nadie dejó de cantar «Heavy wave», «Ghost» o «Second part». Pero con Battles, las cosas se pusieron de algarabía explosiva. A pesar de ahora ser un dueto en directo —con la bestia en batería de John Stainer y su compinche de cualquier instrumento que se le ponga enfrente, Ian Williams—, parece que no necesitan a nadie más sobre el escenario. Ambos deconstruyen e hilvanan todo su repertorio con agresividad sonora. Y claro que presumieron parte de más reciente placa, Juice B Crypts (2019), e hicieron un aquelarre de math rock, básicamente insano, sin tregua para el descanso.
El final, fue belleza pura. Por fin, Metronomy pisó Guadalajara, algo que debió de hacer hace años, pero no tenemos empresarios ni promotores aventados ni asusados en materia de vanguardia, porque Don Dinero les ha cortado las sinapsis cerebrales. En su repertorio ebúrneo, los galos anotaron todos sus éxitos de una forma contundente. Fueron histriones mágicos sobre el escenario y soltaron 18 canciones más un coqueto final. Hubo desde la erubescente «The bay», la preciosista «Reservoir» y hasta la infalible «The look». En su directo hubo cenit y nadir, éxtasis y catarsis. Todo fue bailado, todo fue coreado. Además, hubo regordeo por el hecho de tener a Metronomy en tierras tapatías.
Un placer haber pisado Festival Adverso y ojalá tenga carácter sempiterno. ACK Promote ha abierto una puerta que ya necesitaba yacer de par en par abierta. Esperamos con ansias ubérrimas lo que se presentará para 2021.