-En su visita a Guadalajara, la banda argentina El Mató a un Policía Motorizado reventó el Teatro Diana con estrobos, riffs y letras llegadoras hasta el alma.

Texto: Luis Gómez Sandi «Lags»
Los rioplatenses de Él Mató a un Policía Motorizado emprendieron un largo roadtrip que, bajo el mote de «Unas vacaciones raras», los ha llevado de foro en foro y de país en país reencontrándose con sus más fieles seguidores y uno que otro asistente casual que, invariablemente, termina enamorándose de sus líricas minimalistas y su pulsión rockera.
Así, por los vericuetos latinoamericanos repletos de conciertos y festivales, llegaron por primera vez en sus casi 20 años de carrera al Teatro Diana de Guadalajara en un encuentro que arrebató el éxtasis más profundo de sus ansiosos fans tapatíos.
La noche comenzó bastante serena. En contraste con la reciente presencia de 31Minutos en el mismo foro o Coldplay en el Estadio Akron, el auditorio lucía un tanto desangelado. Un puñado de asistentes emocionados coreaban las suaves melodías acústicas de Arroba Nat mientras la afluencia incrementaba paulatinamente. Ya pasadas las 21:00 hrs., con el ánimo encendido de los asistentes, las luces se apagaron mientras el telón se abría lentamente dejando escapar una fumarola blanca matizada por luces azules intensas que perfilaban las siluetas de la banda. La algarabía no se hizo esperar y, entre gritos y brazos al aire, la noche arrancó en todo su esplendor al compás de «El magnetismo».
«Estamos muy contentos de estar aquí en Guadalajara luego de tanto tiempo«, expresó un emocionado Santi, antes de sumergirse en el mar de riffs, percusiones y estrobos de «La síntesis Okonor» y «La noche eterna».
Quizá la acústica, la entrega del grupo; quizá el desborde emocional del público, el inagotable juego de luces, la estridencia de sus cuerdas o, quizá, todo eso junto armonizando bajo el techo del Teatro Diana incrementaron exponencialmente la magia de la noche. Santiago, por su parte, estableció esporádicos diálogos con la gente. Alguien de las filas más alejadas gritó «¡El perro!» y, ante su asombro, la banda lo complació interpretando «El perro», de su más reciente álbum «La otra dimensión«. En otro momento, provocó un poco a la audiencia. Aprovechando el reciente sorteo de la FIFA que puso a mexicanos y argentinos en el mismo grupo para la primera ronda del Mundial en Qatar, pronosticó «Argentina triunfa sobre México, Polonia y Arabia Saudita ¿Qué les parece?» Sin embargo, el público no respondió como hinchada, pues ya estaba demasiado compenetrado en el papel de un riguroso ritual de adoración coreando su nombre a todo pulmón acompañado del clásico «oh, eh, oh, eh, oh, eh, oh, eh. Mató, Mató»
El ritual se extendió por varios temas, unos más aclamados que otros, unos más conocidos que otros pero cada uno impregnado con la energía fresca y la cadencia ascendente que los ha posicionado en un lugar muy especial de la nueva ola de música independiente latinoamericana. Entre incesantes estrobos, Santi se encumbró como el chamán de una secta sedienta de mantras y sentimientos profundos.
Los temas fueron sucediéndose unos a otros con singular intensidad. Surgieron «Las luces», «Mujeres bellas y fuertes», «Sábado», «Excálibur» hasta llegar a «El fuego que hemos construido». Luego de una pausa, volvieron para cerrar la noche con «Amigo de Piedra», «Ahora imagino cosas», «Fuego», «Chica de oro» y «Mi próximo movimiento», en medio de la ensordecedora ovación de cientos de seguidores que esperaron pacientemente varios años por este momento y que, con toda seguridad «podrán irse en paz porque el ritual ha terminado«.
Afuera del teatro sigue reinando la calma. Es una noche de viernes más para la ciudad, misma que no sospecharía que dentro de las paredes del coloso de la Avenida 16 de septiembre acaban de invocarse a todos los dioses y bondades de la música.
La gira «Vacaciones raras» seguirá rodando por varios paises de América y Europa.
Fotos: Gabriela Quiroz/ Teatro DIana








