Andrés Calamaro regresó al recinto que lo vio nacer en México, el Teatro Diana

Texto: Eduardo Roel. Fotos: Luis Gómez Sandi «Lags».
Todo apuntaba para que la tarde del viernes 8 de abril se cubriera con los visos de lo memorable; incluso al cielo refrescó ligeramente por una impertinente pero muy tímida llovizna. No era para menos: El Salmón Calamaro nadó a contracorriente hasta las puertas del Teatro Diana. Dieron las 20:40 horas, y el argentino agradece: “Muchas gracias, a ver cómo nos sale, muchas gracias por venir, de verdad”, ante un cúmulo de gritos y aplausos y el ya conocido “¡Oé, oé, oé, oé, Andrés, Andrés”.
“Bohemio” da la apertura al cantante que, vestido de negro, camisa floreada y sus peculiares gafas de sol, afirma no ser sólo un simple visitante, si no que ha regresado a su casa. “Hong Kong” se remata con “Nowhere man” de The Beatles, una marcada influencia en el bonoarense. “Cuando no estás” y “A los ojos”, clásico de Los Rodríguez, sirven para presentar a su banda, Julián Kanevsky en la guitarra, Germán Wiedemer en el piano, Mariano Domínguez en el bajo y en las voces, y Martín Bruhn en la batería.
“Socio de la sociedad” junto a la suerte de “Media Verónica” y “All you need is pop”, fueron predecesoras de “Mi enfermedad”, un epinicio entonado a todo bofe. “Si me muero que me entierren en Guadalajara… con mariachi, tequila y que cante Alejandro Fernández«, dirigió el gran comandante.
“Los aviones” luce por el piano de Wiedemer que culmina al decir “De cualquier valla sale un ratón”, recordando al boricua Cheo Feliciano, para ahora rendir tributo al Diez y entonar “Maradona”, en la cual se proyectan los regates del futbolista, y evoca de manera intertextual “Espérame en el cielo” de Lucho Gatica.
Un cúmulo de emociones se despertó con los “Crímenes perfectos” y “Tuyo siempre”, pero faltaba el momento del brindis y “Salud, dinero y amor” hizo levantar las bebidas espirituosas; “Rehenes” fue el pasmo de la ocasión pasando a la oda del “Estadio Azteca” retratando a Lila Downs en las pantallas; el clásico rock and roll de Andrés en “No se puede vivir del amor” y “El salmón” es vital y lo melódico de la “Flaca” y “Paloma” lo contrastaron, aunque el desacierto recae en la típica cultura Atlista, al querer imponer sus colores a como dé lugar con los músicos extranjeros, y esta vez Calamaro confió demasiado poniéndose una gorra de los rojinegros. La brutalidad de “Alta suciedad” fue cabal poniendo fin a la veintena preparada.
Los bises “Sin documentos” y “Los chicos”, en la que sobresalieron imágenes de los mexicanos José Alfredo Jiménez, Juan Gabriel y Vicente Fernández, fueron la estocada del torero que coronaba la noche con “Música ligera”, retirándose con su saco como capote y el apabullante “Ole” de los tapatíos.















