*30 años de historia, música y resistencia se celebraron con un concierto intenso, fiel y lleno de gratitud. La Barranca plantó bandera con tres horas de rock crudo, puro y con alma, bajo el eco de aquel primer disco que marcó su camino
Guadalajara fue testigo de una noche de antología, rock crudo y celebración ineludible. El pasado sábado 18 de octubre, el C4 Concert House, con un aforo casi completo, se alistó para un viaje en el tiempo. La agrupación mexicana, La Barranca, se presentó en el marco de la conmemoración por sus 30 años de trayectoria y del lanzamiento de su primer disco, El fuego de la noche, el cual tocarían en vivo.
Sus fans, gustosos de tener a la agrupación de vuelta en la ciudad, esperaban que la banda comenzará de lleno con su icónico disco debut, pero no fue así e interpretaron otros temas. José Manuel Aguilera indicó tenían otros planes, demostrando desde el inicio que este no sería un concierto convencional. Bromeó diciendo «quiero decirles que sean pacientes, la eyaculación precoz es un problema de salud nacional» mencionando que estaba entregando un poco de «rock crudo«, mientras interpretaban parte del disco, Piedad Ciudad, el cual corresponde a la mitad de su trayectoria, es decir, sus quince años, según mencionó.
Este parteaguas fue una primera mitad poderosa, con temas como «En el fondo de tus sueños», «Jamás debí volver», «Lengua del alma», «Posiblemente imposible» que calentaron los motores y sumergieron al público en la profundidad de su catálogo, al que se sumaron otras como «Intacta» y «Cuervos»
Aguilera se mostró conversador y nostálgico entre pausas. Recordó con cariño sus inicios y los escenarios icónicos de la ciudad como el Hard Rock y El Roxy, celebrando la novedad de pisar el C4 Concert House. En un guiño a la permanencia y autenticidad en la música, afirmó que, a 30 años de distancia, siguen haciendo música sin depender de las inteligencias artificiales. Rememoró cómo, justo hace tres décadas, llegaron a Guadalajara a grabar un disco sin nombre, de una banda sin nombre, que finalmente tomó su identidad de una de sus composiciones, “La Barranca”, contenida en ése su primer trabajo discográfico nacido en la ciudad.
Tras ello, la promesa de tocar su ópera prima se cumplió, pero no siguiendo el orden del disco como una simple reproducción, sino una recreación fiel y revitalizada. Temas como «Reptil», «El síndrome» y «Don Julio» se sucedieron, convirtiéndose en una cátedra de virtuosismo de cada integrante, quienes demostraron una maestría instrumental indiscutible, con grandes solos que magnificaron la complejidad y la belleza de sus composiciones, mostrando una gran conexión e interacción entre ellos a través de sus instrumentos. Estas no eran canciones envejecidas, sino clásicos vivientes y atemporales. También se apreciaron los visuales que acompañaron cada interpretación, con un collage de la historia de la agrupación, añadiendo un toque especial. El set continuó con «El alacrán», «Ruinas», «La barranca» y «El cometa». Conforme avanzaba este tema, los músicos fueron abandonando el escenario uno a uno como en una sentida despedida, dejando al final a Jorge Chacón, segundo guitarrista, para cerrar con un solo magistral. Sin embargo, como era de esperarse, el público exigió más. La agrupación regresó para una ráfaga de encore con «Desdén», «Elixir de la vida» y «Campos de batalla».
Después de esto, todo parecía acabar, el venue encendió sus luces e incluso los técnicos abandonaron el house del lugar, pero los fans, hambrientos de tres décadas de música, elevaron la exigencia a tal nivel que los músicos cedieron a la aclamación popular para un bonus track con «Paraíso elemental», un regalo final para los fieles que cerró un círculo perfecto.
El concierto, de casi tres horas, fue una inmersión tan profunda que muchos fans sintieron que el tiempo se había esfumado y les pareció haber vivido un periodo corto de tiempo. Al salir del recinto, la sorpresa fue encontrar las calles mojadas por una lluvia inesperada que seguía cayendo en una suave llovizna. Era como si el mismo cielo, tras presenciar el espectáculo, hubiera decidido limpiar el paladar y refrescar una ciudad que acababa de ser testigo de cómo un fuego de treinta años puede arder, más vivo que nunca, y quemarse lento.
Texto: Roy Arce Fotos: Favián Blanco