Texto por Alejandro Arreola
Con el Mercury Prize en las manos y el mundo a sus pies, el niño genio trajo a esta ciudad uno de los mejores, tal vez el mejor, concierto del año.
Justo hoy en la mañana releía el texto de Hernán Casciari “Messi es un perro”, donde habla del astro del futbol y su manera de jugar, que cuando está en la cancha lo único que importa es vivir el futbol, meter la pelota en el arco y llenarse de gloria de fútbol. Ni el dinero, la fama, o la admiración cuentan, sólo queda jugar al fútbol.
Me parece que James Blake es el Messi de la música, un tipo introvertido, al cual no se le ve otra intención que seguir haciendo música y tocarla. Un tipo al que se le nota que no le importa nada, sólo la música.
Cuando a las 21:06 se apagaron las luces y vino Blake al escenario una hipnótica atmósfera inundó el Teatro Estudio Cavaret. Su voz al pronunciar las primeras palabras de “I Never Learnt to Share” nos llenó de júbilo a todos y nos dio la certeza del inicio de una noche inolvidable.
Después de “To the Last” dirigió las primeras palabras al público que para entonces estábamos todo extasiados en demasía. “Vamos a tocar todo lo que podamos, nuevo y viejo, con el fin de que pasen una noche grandiosa”.
La noche transcurría y, canción tras canción, Blake nos fue llevando por toda la gama de sentimientos y emociones posibles: nostalgia, alegría, enamoramiento, y excitación. Fiesta cuando a la mitad del concierto nos puso a bailar a todos llevándonos al tope de éxtasis permitido para una sola noche.
La energía nunca bajó de nivel, la exaltación nunca decayó, todos estábamos emocionados al extremo. Y cuando con “The Wilhelm Scream” intentó dar por terminado el concierto, nadie pudo dejar de aplaudir y gritar pidiendo por más de aquella emoción, como adictos en fase de abstinencia.
Al regresar Blake no hizo más que demostrar su grandeza y, ante un Cavaret lleno de gente queriendo gritar de gusto, pidió silencio para hacer de todos los loops de “Measurements” lo más cercano a una definición auditiva de perfección. Y lograr con ello el final de concierto más bello y emotivo que haya presenciado en mi vida. Era de película ese silencio de tanta gente.
Al final James Blake hace del escenario su casa, del público sus amigos con quienes lo único que busca es compartir sus ideas que no son pocas ni pequeñas.
El concierto del año, el artista del año sin dura, que según los jueves del Mercury Prize, sacó el disco del año. Increíblemente grande a pesar de su corta edad. James Blake es el niño maravilla que vino a ilustrar el punto de Stravinsky “No hay sonido feo, sólo mal acomodado”.



