Texto: DAVID MELÉNDEZ
Atrapar tímpanos: actividad que logra Carla Morrison sin mayores esfuerzos más que brindando su música cargada de ese anhelo femenino por recuperar el amor perdido y salir adelante ante la mayor de las adversidades.
La velada para presentar su más reciente álbum, Amor Supremo, unió a infinidad de gargantas, pero sobre todo aquellas de las féminas que han encontrado en la oriunda de Tecate, Baja California, una voz para salir del despecho y la ruptura del corazón. Ante más de dos mil personas congregadas en el Teatro Diana, Carla Morrison brindó un concierto cálido, que por momentos incluso hirvió hasta el punto de evaporar al sudor por medio del calor de la emoción, y demostró en todo momento que su música requiere de muy pocos elementos para sentirse entrañable y adictiva.
Acompañada por cuatro músicos, Carla ofreció un set de 20 canciones sahumadas con delicados elementos electrónicos y una batería justa, que colocaba ritmos precisos y matizados sobre riffs amplios en sintetizador y una discreta guitarra eléctrica que adornaba sin protagonismos excesivos. Sí, presentó gran parte de Amor Supremo y mezcló a su vez esos éxitos que la han hecho grande entre las masas.
La noche dio inició pocos minutos después de las 21:00 horas, precisamente con “Un beso”, track que abre su más reciente placa. De ahí en adelante, cada tema fue coreado con diversas intensidades por todas las gargantas presentes; incluso “Hasta la piel” sacó una ovación titánica, mientras que “Azúcar morena” fue uno de esos cortes que en directo se enriquecen al por mayor y que se transformó en una pieza hipnótica, con una Carla danzando como posesa con cada ritmo.
También se dio tiempo en platicar lo “lindo” que era Guadalajara y eso de que por las calles se observaba pura gente guapa, y tuvo su momento solitario guitarra eléctrica en mano para interpretar “Falta de respeto” que desgarró muchas entrañas.
Casi al finalizar, tuvo el inmejorable detalle de subir al escenario (canciones atrás, durante “Maleza”, unas cinco chicas lograron subirse al escenario y abrazar a Carla, que les dio su merecido beso), a un chico en silla de ruedas y al que le cantó a escasos centímetros de su persona “Déjenme llorar”. Al final, “Lágrimas” fue la culpable para que todos se levantaran de sus asientos y corearan todo lo que Carla les pidiera, so pena de reprimirlos de manera lúdica a través del micrófono. Y así, el amor supremo de Carla Morrison cayó sobre los tímpanos de los tapatíos.






