
Texto: DAVID MELÉNDEZ
Ahora sí, el Festival de Mayo se visitió de aires con ternura infantil.
Así se sintió Cocorico, un viaje de mímica, teatro de sombras, vodevil cómico musical y mucho humor sugerido por parte de Patrice Thibaud y Philippe Leygnac.
Quince minutos después de las 18:00 horas, un público que más de la mitad fue chiquitines y chiquitinas, arrancó este espectáculo que envolvió a todos los presentes por su magia silenciosa.
Primero, entró en escena Thibaud, arrastrando una maleta para después pasearse por el escenario en señal de rumbo perdido. Después, juega con los páneles que están ubicados estratégidamente sobre la tarima del Teatro Degollado y se dirige enseguida hacia el piano. Enseguida, él mismo apaga las luces del teatro metiendo la mano entre el telón (porque no todas las luces se apagaron para arrancar el show), abre la maleta y saca a Leygnac, para ponerle con mucha delicadeza su pequeño chalequito. Y, de aquí en adelante, la historia discurre entre un estira y afloja de mímica donde todo se sugiere por medio de movimientos corporales y sonidos guturales. Así, no es necesaria ninguna palabra para que los presentes puedan esgrimir el significado de lo que ocurre en escena. A a lo largo de más de 90 minutos, entre canciones que huelen a foxtrop en el piano o de aires románticos victorianos (más marchas con trompeta o pequeñas baladas western en ukulele, tanto Thibaud como Leygnac se hacen cómplices del público y permean su curiosa relación de amor/odio donde existen mucho humor desparpajado e incluso candentes escenas de pelea entre amigos entrañables.
Al final, el público presente le brindó el mejor de los aplausos a esta dupla francesa que se robó el corazón, en especial de los pequeños, con una puesta en escena donde las sombras hicieron de las suyas con coquetos juegos visuales y la música fue el sutil acompañante de una tarde digna para nunca borrarse de la memoria.


