Texto: DAVID MELÉNDEZ
Fotografía: CARLOS ROJO
Misterios que van, misterios que vienen.
Hace unos meses, Andrés Calamaro declaró con su insospechada sencillez regular eso de que “el significado de la música es un misterio, supongo que debe emocionar”. Y en ese “suponer” justamente es donde se clava su más reciente gira Licencia Para Matar. Porque decidió sin mayores trabas prescindir de su banda eléctrica de todos los días y armar un trío con el formato acústico por delante, por detrás y cualquier lado que se le vea o vislumbre. Incluso Calamaro colgó la guitarra y solamente hace uso de la armónica, las claves, el pandero, la dulce melódica, alguna que otra trompetilla de juguete y hasta sus propias palmas.
Así que, como era de esperarse, esta nueva visita al Teatro Diana tuvo un cariz bastante especial para algunos y una faceta soporífera para los aferrados (y desinformados) que esperaban que El Salmón los levantara de sus asientos. Lo anterior es solamente el reflejo de las curiosidades que pasan en Guadalajara en materia de conciertos, porque a los tapatíos les encanta que los músicos que pisan su ciudad canten los mismos éxitos de siempre de la forma en que suenan en estudio. Cualquier variación a la regla anterior provoca rictus de enfado, pestañeos de sueño y quejas post-recital.
Pero ahora Calamaro hizo de las suyas y ensimismó a todo el público, lo toreó a la vieja usanza de los grandes crooners y hasta mantuvo al más necio de los melómanos pegado a su asiento. Y en dos horas despachó 21 temas —más tres canciones a manera de encore —, junto a una banda de lujo, que reversiona sus grandes éxitos con fulgor de antología. Justamente es esa pirámide formada por Germán Wiedemer (piano), Antonio Toño Miguel (contrabajo) y Martín Bruhn (percusión), la que comanda con garra y detalle la atmósfera requerida para este tipo de concierto. Hay que admitirlo: ninguna canción de Calamaro pierde pie en este formato. Tal vez, los covers que saca del armario son los que mejor se integran a esta cubierta intimista. Temas como “Piedra y camino” de Atahualpa Yupanqui y “Garúa” de Aníbal Troilo son un deleite inaudito para el oído, a pesar de que Andrés permanezca sentado en un banquillo sobre el escenario. Pero esto es parte de la sorpresa, ya que la falta de movimiento del actor principal del concierto hace que los presentes contemplen materialmente con los oídos y descubran los prístinos recovecos de cada arreglo sonoro. Aquí habría que destacar la labor en la zona rítmica de Bruhn, que sencillamente matiza con baqueta y mano los más comedidos ritmos. Además, usa güiro, congas y cajón sin mayores trabas.
La velada fue tranquila pero entre corte y corte, la euforia brotó sin frenos. Desde el arranque con “La libertad” y hasta el cierre con la lacerante “Paloma”, Calamaro mantuvo la sensación de intimidad en cada centímetro cuadrado del Teatro Diana. Tampoco estuvo muy comunicativo (a lo mucho las infaltables “gracias” y la debida presentación de sus tres músicos) pero poco importó, puesto que con ese regalo de “Que te vaya bonito” de José Alfredo Jiménez y la entrañable “Flaca”, se echó a todos a la bolsa. Después, con “Carnaval de Brasil”, Calamaro casi ni cantó, porque el público se adueñó por completo de la canción y les cedió por totalmente el micrófono.
Al final, el corte de la noche se dio con “Mi enfermedad” (de su otrora banda Los Rodríguez), “Media Verónica” y “Crímenes perfectos”. Y esta faceta intimista de Andrés Calamaro dejó buen sabor de tímpano en Guadalajara. Así que la misión quedó cumplida: El Salmón salió avante al desnudarse en piel, voz y música.