Texto: DAVID MELÉNDEZ
Cualquier exceso es brutal.
Y Drake Bell vino a Guadalajara para pasarse hasta la orilla del paroxismo y mostrarse como estrella del exceso para poseer cada zona del escenario, así lo hiciera de forma desastrosa o categórica, máxime cuando alargó su directo hasta los 240 minutos, en un maratón que reventó la paciencia de los reporteros de espectáculos misoneístas (tan comunes en Guadalajara), así como la cordura de una docena de padres de familia que esperaban afuera del C3 Stage para recoger a sus hijos/hijas menores de edad que les habían rogado por semanas que los dejaran asistir bajo la promesa de infinidad de buenas deseos. Las «buenas voces» les informaron que el concierto terminaría, a lo sumo, a las 22:00 horas. Mas cuando la medianoche arribó, el encanto terminó con sus nervios y la desesperación fluyó por toda avenida Vallarta.
De antemano, Drake Bell brindó un concierto histórico en la otrora Perla Tapatía, porque se subió a la rueda de la fortuna del exceso y triunfó en probar que, borracho, pueden existir todavía conciertos que llamen la atención más allá de lo musical. Es verdad, abusó de la botella de Tradicional pero fue todo un deleite observarlo tan seguro y decadente a la vez; si bien es cierto que los problemas con las sustancias prohibidas han minado su carrera, lo cierto es que también lo han transformado en imán atractivo para el público adolescente, amén de sus participaciones para la pantalla chica y el sector cinematográfico. Para ponerle broche de oro, extendió su directo hasta que hizo lo que se le pegó desde las 20:45 horas en adelante.
Y lo anterior, también quedó comprobado al subir Bell más de diez chicas al escenario para hacer de las suyas en el buen sentido de la palabra; esto es, consentirlas con cierta caricia lasciva (no tan subida de tono), firmarles cualquier cosa a mitad de una canción o besarlas a mansalva aprovechando ese donaire de dandy que porta con dignidad de caballero infinito.
Pero vayamos por partes, porque también Drake fue quemando sus partes hasta fragmentarse y perderse del todo, en una fiesta y borrachera épicas.
Arrancó pulcro y sugerente. En sí, sus primeros sesenta minutos de música fueron un verdadero intercambio de admiración y entrega, tanto de él como de su público. Tirado actualmente hacia el segmento rockabilly, despachó temas de sus tres discos en estudio y atacó los clásicos de Stray Cats con cierta decencia, porque lo que fue «Rumble in Brighton», solamente puede calificarse como un cover desparpajado y llevado hasta el final casi con flotador, en un errático uso de sus acordes principales y esa coda ad libitum que le quitó cualquier atisbo de grandeza a su interpretación.
Por lo menos, para sus fanáticas irredentas, Bell supo entregar dos de sus éxitos de forma recta y correcta; sí, «Bitchcraft» y «Found a way» brillaron y cumplieron con su cometido de alegrar los tímpanos.
Para finalizar, Drake se dio tiempo de regalar la infaltable playera con la leyenda de «Oye, tranquilo viejo», con esa popular y mítica frase para la serie Drake & Josh; «pasear» un sostén colgado del diapasón de su guitarra; parar una canción en seco porque el saxofón no se escuchaba en monitores; y cuando subió a la primera fémina al escenario (que por cierto le entregó una bolsa con regalos hechos por ella misma y le firmó su acetato de Ready, Steady, Go!), el cuento de hadas arrancó al dejar Bell su guitarra y con los ademanes de un caballero, pedirle que bailara con él frente a 600 asistentes, para enseguida entregarse junto con ella en baile frenético, enérgico y cadencioso, que fue coronado con un beso en la boca que selló ese pequeño momento mágico para esa chica de hermoso tupé morado y sendos jeans de mezclilla.
Ya sea por exceso o histrionismo sonoro, Drake Bell se robó la noche del domingo le duela a quien le duela.
dseadse