Texto: DAVID MELÉNDEZ
Resumir vivencias sonoras: actividad lúdica de las leyendas vivientes de la música.
Aunque tampoco sabemos si Enrique Bunbury en verdad quiera ofrecer un resumen acorde a su prestigio y carrera, una que se ha extendido por tres décadas y que abarca los más diversos crisoles de las etiquetas musicales. Porque con su gira Mutaciones Tour 2016, el zaragozano se planta sobre el escenario para mirar atrás a manera de recapitulación, pero con un pie puesto sobre el horizonte futuro.
Los grandes siempre mantienen su mirada hacia el lado del amanecer, no de donde suele acostarse el sol. Y el Auditorio Telmex fue testigo que Bunbury, con todos sus excesos y parafernalia a veces exagerada, tiene ese raro don de no quedarse estático, de buscarle y hurgarle por doquier para seguir vibrando con las generaciones venideras.
En su directo (que abrió de forma apoteósica con «Ahora»), se dio el lujo de colocar una espina medular con temas clásicos de Hérores del Silencio, algo casi inédito en él, reacio a darle a las masas los recuerdos de sus glorias pasadas. Pero la hecatombe y erupción fue que cortes como «La sirena varada», fueron simplemente destrozados hacia sus ritmos básicos y reconstruidos en formas iracundas de rabia funk, con arritmias propias del flujo hipnótico de la cadencia infinita. Ahí también se colaron «Iberia sumergida» (que se tornó un efusivo corte desgarrador de rockabilly cadavérico y punzante) o «El camino del exceso» (tema ahora puesto en clave carnavalesca de efluvios rock extremos y malambo hipnotizante). Incluso fue más allá al desempolvar «Puta desagradecida» que firmara junto a Nacho Vegas para el álbum El Tiempo de las Cerezas, disco doble que ambos compusieran en 2006.
Pero sí, las más de diez mil personas para la primera fecha en Guadalajara de su gira Mutaciones Tour 2016, corearon hasta el éxtasis un par de canciones insignia, «El extranjero» e «Infinito», al igual que «Maldito duende», donde de plano la cordura se pisotea durante cada minuto que dura su interpretación.
El caso curioso de la noche es cuando llega ese cover de Raphael, «Dos clavos a mis alas», que suena excelso bajo su aguardientosa tesitura vocal y que la mayoría de los fanáticos y trabajadores de los medios de comunicación suelen escribir mal su título, como si se tratara de una trampa para saber si en verdad saben algo del Bunbury actual y fuera de la historia con Héroes del Silencio. Los presentes ya entrados en años, la conocen pero las nuevas generaciones sencillamente se retiran en busca de unos tragos.
Pero cortes como «Lady Blue» y «La chispa adecuada» merecen mención aparte: parece que con los años se enfatiza su embrujo y la resistencia para quedar olvidadas en la eternidad, sobrepasa cualquier mesura. Son consentidas del público, himnos atemporales que saben sacar lágrimas y embrutecer corazones. Y al final (sí, cierra con «…Y al final»), el balance del show resulta positivo pero parece que Bunbury pudo habarse metido más a su discografía porque sorprende con esas reversiones de las canciones de Héroes del Silencio (que se llevan la noche sin problema alguno), pero presenta sin ningún cambio aparente sus clásicos hits en solitario. Sí, se apega al guión del concierto, muestra 30 años de carrera pero a veces sólo cumple y en otras sale victorioso hasta brillar como supernova.
Pero sí, su primer concierto en la Perla Tapatía fue impecable hasta el tuétano junto a su banda Los Santos Inocentes. No existe la menor duda.