Texto y fotos por Andres Amezcua
En la madrugada
Me despierto en medio de una fría madrugada porque las piernas ya se me entumieron, el cuello lo siento torcido y la Van en la que viajamos yo y otras 18 personas se detuvo para que pudiéramos orinar y estirarnos un poco. Son las 3 de la mañana y nos encontramos orillados en una gélida carretera con dirección a la Ciudad de México. Nos dirigimos a presenciar la Segunda Edición del Festival de Hardcorepunk Off Limits.
Las caras de los pasajeros son de total amodorramiento y de mal sueño. Ya queremos llegar, ya queremos desayunar, ya queremos descansar un rato antes de ir al show. La mayoría de los pasajeros somos treintañeros con responsabilidades, casi todos con un trabajo estable inmersos en la monotonía de la cotidianidad. Pero hoy no, hoy todos traemos bermudas, playeras, gorras, vans, estoperoles, pines. Hoy todos tenemos de nuevo 18 años y no importa pasar doce horas apretujados en un auto para poder disfrutar de unas bandas que marcaron nuestra anárquica juventud. Y es que el Off Limits es hasta ahora eso, un festival que ha llegado tarde y que ha significado para muchos de nosotros un retorno al pasado, una embriaguez de nostalgia de aquella época en la que nuestra vida era goce, desmadre y exaltación juvenil.
En la mañana
Llegamos a las 7:30 am. Apenas comienza a amanecer. La mañana es gris y el ambiente de la capital es de miedo. Miedo que puedo ver en los rostros de los vendedores ambulantes, en las personas que viajan en el metro, en las amigas que encontramos más tarde. No es para menos, el 19 de septiembre un sismo de 7.1 grados en la escala de Richter destruyó varías edificaciones y mató a más de 300 personas justamente el mismo día que se recordaba el gran terremoto de 1985. Las imágenes en la tele y en las redes sociales mostraban una Ciudad de México envuelta en una especie de caos apocalíptico. Poco a poco la gente comienza a llevar su vida de nuevo a la normalidad, pero esta fría mañana gris y este olor a miedo me dicen que en menos de dos semanas la tragedia aún está a flor de piel de los capitalinos y que tardarán mucho en sanar esa herida. Aún así, había que seguir viviendo y el espectáculo de esta tarde era un ejemplo de ello.
El show debe continuar.
Los organizadores del Off Limits estuvieron informando a los asistentes a lo largo de la semana que la edificación era segura y que no había sufrido grandes daños que impidieran llevar a cabo el evento. Papeles de protección civil daban fe de lo dicho por los organizadores.
Antes del entrar al festival teníamos algo de tiempo para ir a desayunar. Nos dirigimos a la estación del Metro Guerrero y dimos rumbo para los Machetes Amparito. Los machetes son una especie de taco de aproximadamente 60 centímetros rellenos de diferentes guisos. En los machetes saciamos el hambre para todo el día, nos aseamos, pero sobre todo cagamos y meamos; la jornada sería larga y había que ir preparados a la batalla. Satisfechas las necesidades básicas, dimos dirección hacía el mítico Tianguis Cultural del Chopo. Eran aproximadamente las diez de la mañana y había que perder algo de tiempo. Ahí encontramos a unas amigas que nos explicaron el terror vivido días atrás. Uno a la distancia nunca es consciente del desastre, pero al ver los rostros taciturnos de Mich e Inés al recordar el terremoto me hacía entender que aún estaba muy presente el horror.
Volvimos a las puertas del recinto que albergaría el evento. El Salón Sociales Romo se encuentra ubicado sobre la calle Dr. Atl en la Delegación Cuauhtémoc, en el mero corazón de Santa María de la Ribera. Es relativamente céntrico y bien servido en términos de transporte. El salón está en la tercera planta de un edificio viejo. En la segunda hay un gimnasio. Mientras esperamos en la fila, varios sujetos con colorida ropa deportiva y sudados salen y entran mientras algunas bandas comienzan ya a sonar. El Sociales Romo es uno de esos salones de antaño para bailar salsa, bachata, danzón, cumbia. Su pista es amplia para que los movimientos no se entorpezcan. Su estética me transporta a los años dorados de los 70’s: alfombras tintas, los muros del ingreso en madera, espejos en las paredes. Un salón para viejos que reviven épocas gloriosas en su pista de baile. En cada escalón que subo hacia el salón respiro lo anacrónico del lugar. El Sociales Romo no tiene nada que ver con el venue pasado, el cual era moderno y pensado para grandes eventos de música alternativa. Y sin embargo, hay algo que hace que sea mejor este lugar. El punk rock quebranta todo y resignifica las cosas. Las contradicciones se unen y dan otro sentido al lugar. En sus inicios los shows de hardcore punk se llevaban a cabo en cualquier espacio, no era necesario un lugar específicamente preparado para ello. Salones vetustos sirvieron allá por los 80’s para albergar una juventud rebelde que buscaba expresarse a través de la música. El Sociales Romo es ese espacio anacrónico y decadente perfecto para una tocada de hardcore punk. El Off Limits pretende ser eso también, un verdadero festival alternativo que no necesita de las grandes inversiones de multinacionales y de grandes venues para armar una auténtica fiesta punk.
En la tarde
Las bandas comenzaron a sonar a eso de las doce horas. Antes de entrar estuvimos descansando afuera. El sueño hizo mella en algunos que vieron en los asientos de la Van un lugar apto para recargar energías. Otros esperamos a recargar batería del celular que para esas horas ya estaba muerto. El cansancio, la mugre, el hambre y muchas necesidades son parte de la experiencia de embarcarse 12 horas para ver a bandas que quizá nunca regresen. Mientras los aparatos electrónicos y nuestro cuerpo se llenaban de energía, compramos algunas cervezas para hidratarnos. De la hidratación se pasó a la embriaguez. Al mirar nuestro reloj, éste anunciaba las 4. La primera parte del festival se nos había ido en un pequeño descanso. Decidimos entonces entrar.
Son varios escalones los que nos llevan al desmadre. Los baños están en la planta baja, ahora entiendo los individuos que entraban con su outfit de gimnasio. Me comienzan a pesar los pies y el cuerpo. En la espalda cargo con al menos dos kilos de equipo fotográfico. Siento una pequeña punzada en la espalda baja, resultado del mal dormir y de haber caminado toda la mañana. Adentro se siente ya la energía gastada, un calor asfixiante nos recibe y que contrasta con el frío del exterior. Nuestros cuerpos entran rápidamente en calor y me quito la chamarra de mezclilla que traía para la ocasión. En el escenario suena Down to Nothing. Les mentiría si les comienzo a enumerar su setlist, no conozco a la banda. El cantante trae una playera de Descendents y eso es buen augurio. No me equivoco, es un buen hardcore clásico. La muchedumbre se encuentra dando tumbos en la pista en la que viejos han dejado sus mejores pasos al ritmo de una buena salsa. Pero ahora no son pasos sincronizados, sino brincos enérgicos y caóticos. Algo sale del interior de los individuos cuando escuchan rock, un tipo de energía guardada que solo se activa mediante ciertos ritmos duros, secos y potentes. Algunos nadan sobre la gente mientras el cantante de Down to Nothing va de un lado a otro del escenario. El guitarro se eleva una y otra vez por los aires. El ambiente se siente húmedo, no es para menos, una buena muchedumbre se hace pedazos en el ruedo.
A Down to Nothing le sigue Young and in the Way. Al parecer son muy conocidos, pero a estos tampoco los había escuchado. El cantante es un güero que parece sacado de Mad Max. Tocan pura maldad: black metal y crust punk. Las canciones se suceden cinemáticamente, no paran: rapidez y ruido. Siento un calor sofocante, y más cuando veo bien fresco al cantante con su chamarra de cuero. Es lo bueno de ser güero, nunca te da calor, o siempre he creído eso.
Me gustan, me agradan.
Esa es la otra parte del Off Limits, una ventana a nuevas bandas por conocer. Bandas que no tienen el renombre de muchas, pero que suenan igual o mejor que las reconocidas. Quisiera estar en el ruedo bailando un buen D-Beat , pero tengo que documentar lo que queda del show, además para ese momento el dolor de mi espalda se hace más fuerte.
Termina Young and in the Way con el digitus medius en todo lo alto. Es el turno para Sworn Enemy. Más potencia en el escenario. Sword Enemy mezcla sonidos de metal y hardcore. Increíblemente la muchedumbre no para. Siguen enteros dando patadas y rebotando sus cuerpos unos con otros. El sudor escurre en el vitropiso, algunos individuos caen y sangran, pero se levantan enteros como zombificados por los riffs. Los zombies comienzan a girar mientras se patean y dan codazos, es un circle pit. Hago algunas tomas porque el ardor en la espalda es insoportable, tengo sed y quiero mear. Pero ir por una cerveza es como ir a una oficina de gobierno a solicitar un documento. Las largas filas de zombies sedientos me desaniman. Mejor voy a mear, pero debo bajar dos pisos. Los baños son de esas letrinas móviles. Al abrir la puerta me encuentro con una caca embarrada en la letrina.
El olor es acre.
Descargo y subo pesadamente de nuevo al show. Sworn Enemy termina y me tomo un descanso.
En la noche
Afuera oscurece y me recupero un poco del dolor de espalda. Javier me ofrece cerveza y me empino el vaso. Entonces me doy cuenta de que se prepara una de las bandas que marcó mi juventud: Death by Stereo. Me viene a la mente el video de «Desperation train« con un joven Efrem Schulz haciendo pedazos el escenario. También me viene la imagen de aquella primera vez que los vi en un lejano (si no mal recuerdo) 2004 en una casona cerca de Chapultepec. Efrem fue uno de mis ídolos juveniles, a mis 18 años imité su cresta roja y su estilo cholo californiano. Tengo sus cuatro primeros discos de estudio, siendo If Looks Could Kill, I’d Watch You Die y Day of the Death dos de mis discos favoritos de hardcore punk de todos los tiempos. Y sin embargo me desilusiono el no ver a Efrem al iniciar su show. En vez del carismático frontman de sangre mexicana, el bajista Robbo Madrigal toma el micrófono y lo intercambia con otros 2 desconocidos para mí. La presentación se sucede intempestivamente, su show es corto pero enérgico. Robbo imita bien los tonos de Efrem y se muestra imponente con ese bigote de trailero americano. Uno de los otros cantantes baja del escenario y arma un slam en donde él es el centro de atracción. Eso es Death by Stereo, a pesar de faltar Efrem. A cada guitarrazo, el mostacho de Dan Palmer se luce, parece que se comió una ardilla y no le quitó la cola. Suena «Wasted Words» del albúm Into the Valley of Death y la muchedumbre se prende. Los cuerpos se frotan, se sacuden, se caen, sudan mientras se repite el estribillo wasted words, wasted words. De repente todo termina, fue bonito volver a tener 18 años pero el dolor de mi espalda me recuerda que más bien debería estar bailando un buen danzón en El Sociales Romo.
A Death by Stereo le sigue Walls of Jericho, una de las bandas más esperadas de la noche. No es para menos, su show es brutal. Candace, la frontman, destroza el escenario. Su aspecto atlético y musculoso la hace ver aún más imponente a cada salto y petición de circle pit. Los zombies obedecen y se amontonan como cuerpos inertes unos sobre otros.
Es quizá el momento más álgido de la noche del Off Limits.
Candace termina un largo setlist, me parece que tocan más de la hora. La muchedumbre se nota por fin cansada. Ha sido una jornada maratónica. Las filas se hacen interminables en las birras y en las letrinas. Hay gente tirada en el suelo descansando, Javier y yo somos parte de ellos. Es el turno para Judge, famosos porque en sus filas han pasado grandes personalidades de la escena hardcore punk neoyorkina. Sin embargo, o es el cansancio o su presentación me parece algo abotargada, sin la energía de los anteriores. Realizo algunas tomas, no conozco mucho de la banda para ser sincero. Regreso a tomar un descanso porque se avecina Good Riddance.
Cuando comienza Good Riddance suena el hardcore que los 30-añeros llamamos old school. Una tras otra se suceden las canciones. Alcanzó a reconocer algunas, entre ellas «Fire Engine Red» y «One for the Braves». La muchedumbre danza, desaparece el cansancio, no hay tregua. Intento tomar fotos desde dentro del pit, pero es inútil, resulto escupido por esa vorágine de energía maloliente. La pista amontona cuerpos como una masa compacta mientras el cantante va de un lado a otro en el escenario. Good Riddance termina y Javier me dice que ya desea que se acabe el show para descansar. Si viajaran desde un día antes en la madrugada apretujados entenderían el deseo de mi amigo.
El Final
Parte del público comienza a retirarse, quizá cansada o quizá porque quieren alcanzar el transporte público. Sin embargo, aún queda buena afluencia. En ese sentido, al menos desde mi sentir, el Off Limits ha sido este año un éxito. Al escenario sube otro de los platos fuertes: Integrity. La banda de hardcore y metalcore vuelve lúgubre y pesado el ambiente con sus densos ritmos. Es como bajar a los infiernos imaginados por Gustav Doré. La pista de baile es una carnicería, la sangre de los danzantes se mezcla con la amarga cerveza de los vasos rojos en el piso. Algunos cuerpos caen y se levantan para volver a caer. Los suicidas nadan entre la multitud. ¿De dónde diablos sacan energía?, me pregunto mientras mi espalda me exige sentarme. Integrity termina otra presentación brutal en lo que va de la jornada.
El Off Limits va llegando a su fin mientras el escenario se prepara para recibir a una de las míticas bandas de hardcoremetalcrossovercholopunk: Suicidal Tendencies. Y aunque solo queda Mike Muir como miembro original, Suicidal Tendencies es sinónimo de locura en el escenario. La espera se hace larga, la disposición de los instrumentos se cambia por encargo del staff de los Suicidal. Finalmente sale Psycho Miko y la muchedumbre vuelve a encenderse, así como una de esas velas mágicas que cuando parece extinguirse, su flama vuelve a reavivarse sin más. Ya en el escenario, Psycho Miko entona puros éxitos: «War inside my head», «Possessed to Skate», «You can’t bring me down», «Send me your money», » Trip at the brain», «Pledge your allegiance», «Cyco vision», mientras realiza ese movimiento tan característico de su cuerpo que parece que ha entrado en una especie de bucle temporal. Para esos momentos ya nada importa, hay que dar lo último en el ruedo. Un gran circle pit se forma mientras suena «War inside my head». No hay mañana, no hay tregua, hay que terminar con las pocas energías restantes.
Ni siquiera queda algo para hacer encore, Suicidal se retira, el Off Limits ha llegado a su fin. La gente comienza a salir ordenadamente. En fila india bajamos por las escaleras. Atrás queda un mar de vasos rojos y unas letrinas a tope de orines. Afuera espera la van y seis horas de viaje hasta Guadalajara.
Yo: We, no mames, ¿Por qué lo hacemos?, ¿Por qué continuamos maldurmiendo, malcomiendo y autodestruyéndonos?
Javier: We, la única razón es que nos encanta el desmadre.
Aquí la galería completa.