Texto: DAVID MELÉNDEZ
Fotografía telúrica: DIEGO RODRÍGUEZ
Despertar, fuera de estar vivo, es signo inequívoco de atemporalidad.
Guadalajara sigue «dormida» en muchos aspectos. Mas ayer, bendito ayer del 2 de diciembre de 2017, despertó frente a Arcade Fire, como la mejor de las capitales para los conciertos, para demostrarles a esos monstruos de la música que como público —cuando queremos y nos unimos— somos insuperables. ¿Qué necesitamos para prendernos como árbol de Navidad viejo y arder hasta con el mínimo combustible? Pues materia sonora incandescente y del talante de Win Bluter y compañía.
Con Arcade Fire y su gira Infinite Content Tour no hubo mañana posible para el cansancio y se bifurcaron todas las líneas del tiempo. Las más de dos horas de su directo se fueron como catarata y si hubieran facturado un concierto de cuatro horas, a las más de siete mil almas presentes en la Arena VFG se les hubieran hecho insignificantes. Lo anterior sucedió gracias a la cohesión, entrega e intención de esos nueve músicos que se pararon sobre el escenario dispuestos a tirar sudor como si no existiera la deshidritación. Resultó memorable verlos despachar hits de reciente estreno (como «Everything now»), mezclados con aquellas canciones que les dieron la gloria en su debut («Neighborhood #1 (Tunnels) o «Haiti»), con la misma intensidad a sabiendas que sus ritmos son diametralmente opuestos. Pero hasta en el drama, Arcade Fire en vivo sustenta coloraciones imposibles de pasar por alto. Y en la Arena VFG fueron profetas de todos los sentimientos posibles. Hubo quienes lloraron, quienes bailaron como nunca, quienes cantaron trayendo a la memoria emociones pasadas y quienes se perdieron en los coros acompañando a Butler y simplemente siguieron el juego hipnótico de su voz.
Minutos antes de las 20:00 horas, Bomba Estéreo partió plaza con la dignidad justa del buen telonero. Su set fue demasiado corto (pasando apenas los 30 minutos) y pero Li Saumet supo echarse a la bolsa al poco público que había en pista y gradas. Una chica con una bandera con la palabra «Fuego» pedía justamente este tema de su disco Estalla/Blow Up (2008), cosa que no ocurriría pues colaron canciones como «Ayo» y «Qué bonito» que no han estado tocando tan seguido como banda abridora de Arcade Fire. Enseguida, vino la espera y todos los espacios vacíos se llenaron como por arte de magia. La fiesta estaba por volverse erupción.
Y pasadas las 21:00 horas y tras haberse transformado el escenario en una especie de gigantesco ring (con cuerdas y toda la cosa), se apagaron las luces y salió Chumel Torres, el otrora youtubero y ahora estrella naciente de la pantalla chica, para fungir de «presentador» de esta pelea sonora que estaba por comenzar. Y en su discurso dijo cada uno de los nombres de los integrantes de Arcade Fire y estos salieron por un costado, pasando cerca de todos los que estaban en primera fila. Entonces, los primeros acordes de la bomba disco con coqueteos inocultables hacia ABBA, «Everything now», fue la mecha para ser testigos del mejor concierto de este 2017 en Guadalajara. Fueron más de 20 canciones las que nos volaron el alma y en varias hubo bailes infectados de infiernos, como en «Reflektor», y una donde la vista se volvió postal (con «Sprawl 2») al requerir Butler a todos los presentes que sacaran sus celulares.
Resultó infernal su set, su forma de hacerse querer y mantener en el punto álgido las emociones. Entonces sucedió el milagro de que hasta las canciones más «tranquilas» fueron coreadas con garra. Durante «Ocean of noise» salió un mariachi a acompañar dicho corte y las alegrías no se pudieron ocultar más. Régine Chassagne, la esposa de Butler, entregó toda su energía y voz en temas memorables como «Haiti» y Richard Reed Parry atacó todos los instrumentos que pudo, desde sintetizadores, tambores y hasta panderos. Él, en sí, era huracán de movimientos, bailes y nadie pudo evitar no mirar la manera de sus contoneos, la forma que cantaba los coros más brillantes al micrófono. La memoria masiva se hizo inolvidable con «Neon Bible» y el primer encore, «We don’t deserve love», que fusionó gargantas e hizo posible que aquellos que iban llenos de amor, explotaran sin poder resistirse en mareas de felicidad. Pero lo mejor, fue que Butler muchas veces bajó hacia el público, estrechó todas las manos que pudo y hasta se subió a las gradas de la Arena VFG. Él se dio, se puso ante sus seguidores sin empacho y canto cerca de sus oídos, con la sencillez máxima. Y al final, Arcade Fire se fue llevándose varias banderas mexicanas que les lanzaron al escenario, se despidió de nuevo con mariachi y ese tema de «Wake up» que fue quedándose sólo con percusiones y panderos, más los violines y las trompetas del mariachi, mientras cada uno de sus integrantes se despedía del público, llenos de alegría y con una sonrisa de esas que se rememorarán hasta la tumba.
Arcade Fire fue el final digno para un año ajetreado de conciertos para Guadalajara, y el remate sonoro para aseverar que fue el mejor del año.