Texto: DAVID MELÉNDEZ
Fotografía: DIEGO RODRÍGUEZ
Acurrucados en su embrujo, todos aman a La Mala Rodríguez.
Las exageraciones no son buenas, pero en el caso de la cantante originaria de Jerez de la Frontera, España, se aceptan sin chistar porque cuando yace sobre un escenario la turbulencia de su música es única. Aunque su puesta en escena es sencilla (un trabajador de las tornamesas y disparador de secuencias, más dos bailarinas), sus directos suelen ser avasalladores, aguerridos, con energía fuera de borda y con ella misma siendo un proveedor de estamina para que su entorno se transforme en huracán.
Así que su presentación en el C3 Stage de Guadalajara no fue la excepción de la regla, sobretodo si tenemos en cuenta que su más reciente placa, Bruja, la lanzó en 2013 y este año ha dado dos signos de regreso al estrenar los cortes «Contigo» y «Gitanas». Y esta esta ausencia de los escenarios se debió, ni mas ni menos, porque quedó embarazada y decidió disfrutar todo lo que conlleva ser madre otra vez. Así que La Mala ha entrado en un proceso de introspección en la búsqueda de su verdadera esencia vital, cosa que se verá reflejada en su próximo disco en estudio que saldrá en 2019.
Y mientras lo anterior se vuelve una realidad, a Guadalajara llegó para dar un repaso a su carrera, para demostrar que es quizá la exponente de hip hop y rap más importante de habla hispana, gracias a sus letras directas y rimas desbocadas, y ese aplomo gitanizado que yace impregnado en el timbre de su voz. Su directo arrancó en plena oscuridad y con la voz de La Mala a capela, todavía sin subirse al escenario y entonando los versos introductorios de «Brainwash» del rapero Nach.
Enseguida, el derrotero sonoro se concatenó con «La cocinera», tema original de su álbum debut Lujo Ibérico (2000). Y en este ejercicio de la memoria sonora al retroceder 18 años en el tiempo, La Mala construyó de atrás para adelante un concierto monstruoso e iracundo, donde dejó en claro que habrá Mala para mucho tiempo, a pesar de las ausencias y silencios, porque su lugar en el podio se lo ha ganado con sudor vocal y empatía social.
Así llegó su primer gran hit en el tercer puesto de su set, «La niña», misma que le abriera todas las puertas de América Latina. Enseguida, su sensualidad y vitalidad embrujó cada parte del C3 Stage y la cadencia se esparció entre cortes como «Quién manda», «Bruja», «Tengo un trato» y «Yo marco el minuto». Un momento especial de la velada, donde el paroxismo surgió indómito fue durante la interpretación de «Por la noche» que fue coreada prácticamente de principio a fin por todos los presentes, y que se vistió de gala con un fondo de cientos lucecitas a la usanza del cielo estrellado sobre la pantalla de LED’s que coronaba el escenario. Y, claro, también las cosas se pusieron más eufóricas con una versión de «Galaxias cercanas», más cargada hacia el trapstep y el atasque rítmico que hizo sudar fuerte.
Al final, el fantasma de La Mala Rodríguez dejó de serlo y en su lugar quedó la mujer y la artista, dando gracias por tanto aplauso y algarabía. Ademas y como lo viene haciendo desde hace tiempo, había que subir al escenario a los que se dejaran, para hacer que una masa de personas tuvieran su aquelarre máximo muy cerca de su persona. Y en esa sonrisa de despedida antes de abandonar el escenario, se vislumbró que en este corral sonoro ella es el gallo. Esperemos este 2019 para que La Mala siga construyendo su leyenda sonora.