Texto para achicharrar alejandros y tuercas: DAVID MELÉNDEZ
Fotografía de precisión suiza: DIEGO RODRÍGUEZ
Fue visto, escuchado e idolatrado, al compás de cientos de corazones, en un eco al unísono que, dicho sea de paso, también provocó llanto desbordado.
Fito Páez es y será uno de los consentidos de Guadalajara. Desde aquellas míticas visitas al extinto Hard Rock Live, su repertorio y legado es parte de la psique tapatía. Y con su visita al Teatro Diana cómo parte de la gira de presentación de su más reciente álbum de estudio, La Ciudad Liberada (2017), de nuevo puso álgidos vibrares en cada entraña. Pasan los años y su brisa sonora contundente se mantiene telúrica, incluso en sus canciones más recientes como «Islamabad», que con sus reminiscencias sonoras egipcias y árabes, dio muestra de la candente creatividad rítmica de Páez y de su compromiso social con el mundo contemporáneo, al poner sobre la palestra las actuales miserias humanas y hasta animarse a rememorar el leit motiv de lo que fuera la Revolución Francesa.
Fueron 20 canciones y un puñado corto de palabras por parte de Páez (a destacar eso de que era «un lujazo» estar en Guadalajara), para que las casi dos mil almas aglutinadas en el recinto ubicado en plena avenida 16 de Septiembre, se desbocaran en halagos y aplausos hacia el músico argentino originario de Rosario.
Su directo arrancó con una especie de coda instrumental pequeña de su clásico tema «Ciudad de pobre corazones», para luego embonarse con «La ciudad liberada», y enseguida arremeter duro y contundente con «Aleluya al sol». De ahí en adelante, Páez fue del piano a la guitarra, del rock a la canción crepuscular, y del rictus desgarrado al baile cadencioso impregnado de harta alegría. El tercer peldaño sonoro fue «Tu vida, mi vida», esa oda amorosa que describe parte de su actual relación sentimental al lado de la actriz Eugenia Kolodziej.
De ahí en adelante, su banda conformada por la corista Ana Álvarez, el guitarrista Juani Agüero, Gastón Baremberg en batería, Juan Absatz en coros y teclados, y Diego Olivero en bajo y teclados, entraron y salieron de escena dependiendo de la canción y el momento, dónde destacó esa versión de pulso más country en guitarra de «El amor después del amor», la cimbrante «Al lado del camino» (que hizo las delicias de la noche con ese latir exacerbado de emociones impregnadas con pura dinamita en piano), o el parón casi total a mitad de «11 y 6» para que todo el público cantara el estribillo hasta que flaquearan sus cuerdas vocales.
A su vez, Fito también se dio el lujo hasta de presentar «5778», ese lúdico corte instrumental de La Ciudad Liberada, que suena muy Wendy Carlos y a viaje por el espacio interestelar. Tras «Circo beat», «Ciudad de pobres corazones» (ahora sí en su versión completa) y «A rodar mi vida», Páez se despidió para regresar con bríos desbordados y ofrecer un desgañitado encore, donde estuvieron «Dar es dar» y «Mariposa teknicolor».
Con sus 40 años de carrera, Fito Páez sigue indómito, incontrolable, impoluto y lacerante mente magnífico.