Texto: Luis Gómez Sandi Fotos: Diego Rodríguez Covarrubias
En tiempos aciagos donde todo es susceptible, cualquier gesto es agresivo y cualquier palabra ofensiva, cuesta trabajo pensar en un concierto con dos fechas sold out y un público desgañitándose las cuerdas vocales para acompañar las estrofas rebeldes y cachondas de una agrupación que nació rompiendo esquemas. Es complicado imaginarlo, pero sucedió cuando Randy, Micky, Tito y Paco irrumpieron en el Teatro Diana la noche del miércoles 27 de noviembre para enterrar, con toda la elegancia de un acústico, a la corrección política y, de paso, a los vicios sociales que hicieron posible el surgimiento de Molotov y sus veinticinco años de carrera.
En su gira«Molotov desconectado» los «molochos«volvieron a la escena tapatía con un concepto un arriesgado pero que pone a prueba su calidad musical al trasladar sus notas estridentes a la armonía de cuatro guitarras acústicas, contrabajo, tuba, acordeón, batería, xilófono y hasta percusiones orientales.
Después de una espera de más de quince minutos y una oleada de mentadas de madre acompañadas de chiflidos, la banda tomó su lugar entre sillones clásicos, esculturas intervenidas, alas de hada y luces intensamente rojas al estilo de un cabaret de mala muerte pero fino y arrebataron la impaciencia de su público con «Here we cum», «Amateur«, «Noko» y «Chinga tu madre» en la que todos se despegaron de sus asientos. «Dreamers«, el último sencillo de Molotov, le puso a la noche el toque emotivo y solidario con la juventud latina en los Estados Unidos.
En momentos, parecía que la banda y sus músicos no sólo se habían desconectado de la electricidad sino del entorno mismo, ya que el concierto transcurría entre bromas y comentarios alternados con canciones, transformándose en un reality show donde cerca de dos mil personas presenciaban el espectáculo de una borrachera sabatina entre amigos «que saben tocar la guitarra«. Sin embargo, los asistentes no quisieron ser entes pasivos e impusieron su presencia con avalanchas de insultos, quizá sólo superadas por las que le llueven a Silverio, cuatro gordos que se despojaron de sus camisas para bailar «Cerdo» al lado de Micky y las decenas de mujeres que rodearon a la banda mientras interpretaban «Rastamandita«.
Como en todo experimento, algunos temas se transformaron radicalmente. Fue el caso de «Parásito» que se escuchó un tanto parsimoniosa y «Gimme the power» más a ritmo de swing, pero con el distintivo de nuevos instrumentos como el xilófono o el tambor oriental al inicio de «Dance dense denso» se impregnaron de un exotismo que no intervino en la identidad de las canciones y mantuvieron igual de prendidos los ánimos del público, que ya para «Mátate Teté«, «Hit me«, «Frijolero«, «Cholo» y «Marciano» habían roto todas las barreras divisorias de las localidades en el recinto para bailar y saltar ante la apuración de los encargados de la seguridad.
Luego de veinte temas el encuentro acústico llegó a su fin con la muy coreada y solicitada «Puto«, cerrando magistralmente una noche de rebeldía, rabia y lujuria sin medida sin los matices de la susceptibilidad y las buenas maneras que definen el raciocinio actual. Molotov dejó en claro que puede encajar su irreverencia sin concesiones a través de los medios más puros de la música.
Después de su presentación el jueves 28 de noviembre, Molotov seguirá su gira desconectada por la Ciudad de México y Monterrey.