*El C4 Concert House vivió una noche de simbiosis entre crudeza y elegancia con St. Vincent, en un espectáculo íntimo y explosivo, acompañada por el sonido futurista de Descartes a Kant
La noche del lunes 31 de marzo, el C4 Concert House albergó una convergencia de universos sonoros. Con All Born Screaming como bandera, un trabajo que le ha valido tres premios Grammy, Annie Clark demostró por qué es una fuerza imparable en la música alternativa bajo su alter ego, St. Vincent.
Como antesala de este espectacular desplante de talento, los tapatíos se adentraron inicialmente en una aventura sonora y visual con la enigmática propuesta de Descartes a Kant, agrupación local que abrió el evento con una presentación que mezcló performance y narrativa conceptual. Ataviados de blanco y acompañados por The DAK, su autómata reparador de daños emocionales que en la pantalla de fondo proyectaba imágenes y mensajes inquietantes. La banda tapatía traslado al público a «otra dimensión» en un paisaje de distopía y pulsiones existenciales. Temas como «The mess we’ve made«, «After destruction« y «Graceless« fueron parte de su show, cerrando su acto en el escenario, inertes con cascos que evocaban a los cosmonautas soviéticos. Siendo la propuesta perfecta que conecto de manera perfecta con lo que esperaba a continuación.
Alrededor de las 21:00 horas, el escenario quedó en penumbra cuando los primeros sonidos de «Reckless» comenzaron a emerger, arrastrando con ellos la intensidad de una noche que prometía ser un torbellino de emociones. St. Vincent, apareció entre luces de tonos profundos y nubes de humo denso y a contraluz, dejando ver solamente su silueta en sombra al avance del tema. inaugurando una presentación donde la crudeza de «All Born Screaming» se manifestaría en cada palabra interpretación con una cadencia calculada entre el desamparo y la furia.
Le siguió «Fear The Future». Annie, con su carácter enigmático, sensual y dominio absoluto del escenario, llevó a su audiencia por un recorrido electrizante. «Los Ageless» resonó con su fuerza desafiante, seguida por «Big Time Nothing». La combinación de luces y sonidos, así como los movimientos de la multi instrumentista, creaban un ambiente hipnótico. La artista se deslizó entre los efectos sonoros, expandiendo los límites de las guitarras, diseñadas por ella misma, con pedales que transformaban cada nota en una atmósfera multisensorial, además de un par de ocasiones usar una especie de procesador de efectos dinámico controlado por la boca, con el que manipuló su voz en tiempo real para crear sonidos etéreos.
El show continuó con «Marrow», «Dilettante» y «Pay Your Way In Pain». Las luces rojas y verdes proyectaban sombras alargadas que acentuaban la teatralidad de cada movimiento. La interacción con el público fue un hilo constante, con Clark soltando frases en español entre canciones para interactuar con sus fans, sonriendo con complicidad y desafiando la gravedad al trepar bocinas y lanzarse sobre los brazos de sus seguidores, quienes la sostuvieron con una mezcla de asombro y euforia. Además de reconocer y felicitar la presentación de sus invitados, Descartes a Kant
El solo de batería de Ian, ex integrante de Nine Inch Nails, también logró un estruendo que sacudió el recinto, sin dejar al guitarrista tomó su turno, desplegando un juego interpretativo que mantenía la atención en cada rasgueo. «Flea», «Cheerleader», «Broken Man», «Heel Is Near» y «Candy Darling», también circularon en los oídos de los asistentes; con todos ellos la presentación tomó un carácter introspectivo, dejando espacio para una emotividad cruda que alcanzó su punto máximo en «New York» elevaron la intensidad a un punto álgido. La voz de Clark flotó entre la penumbra, con la audiencia sumida en una atención casi reverencial. «Sugarboy» y «All Born Screaming» sellaron el set principal, donde la interpreté salio del tablado, para unos minutos después regresar para un último golpe al corazón colectivo.
El encore trajo «Somebody Like Me», donde sólo el piano y su voz llenaron el espacio. El silencio era absoluto hasta que casi al termino de esta, un grito estridente irrumpió en la quietud: «¡Te amo!», resonando en cada esquina del C4, encapsulando la devoción del auditorio, no hacía falta decir más. El estruendo y la sutileza se habían encontrado una vez más, dejando en el aire una sensación de desvelo y plenitud.
Fue un concierto donde lo técnico y lo emotivo se fundieron. Sin necesidad de pirotecnia visual excesiva, St. Vincent demostró que la verdadera espectacularidad reside en la capacidad de convertir cada nota en un gesto irrepetible.
Texto: Roy Arce Foto: Diego Rodríguez